Al acariciar un cuerpo que emana deseo
negándole, por suerte, mi abrazo a Morfeo.
Al aplicar la máxima divide y vencerás a tus rodillas
al saber tocarte sin que aparezcan cosquillas,
firme, con tiento
despacio y sobretodo sintiendo.
Músculos que se retuercen como apenados por una rara enfermedad.
Cabello apretado, revuelto,
mil veces recogido y mil veces suelto.
Resistencia animal al placer extremo
mordiscos que anuncian batallas de egos.
Disposiciones infinitas, incómodas, naturales.
Una boca que no puede cerrarse
ojos que no pueden abrirse.
Sentir como dos cuerpos se pelean, sin odio
aceptando instintos animales como propios.
Un cuello que se expone al bocado de la pasión.
Bocas que juegan a distraerse
mientras no ansían otra cosa que comerse.
Partes íntimas al servicio del placer
el simple gozo de ver gozar a otro ser.
Gemelas redondeadas que buscan mis manos
y mi lengua.
Aliento que incita, sin tiempo para la tregua,
acompañado de sudores que justifican seguir.
Pies que tienen todo el derecho a sentir.
Olores que no se olvidan nunca
y saliva, saliva desde la oreja a la nuca.
Masajes que no se entienden desde fuera
cargando de sonidos la compartida atmósfera.
Orgasmos enmascarados tras caras de sufrimiento
una explosión de vida difusa, necesaria, confusa
y tu cuerpo desnudo, vestido de musa
que me sirve de alimento.
Balsa de aceite de cuerpos ataráxicos
sudados sobre una cama sudada
inmersos en el tiempo que no pasa,
donde los problemas se aparcan.
Ramón Ibarra
Marzo de 2011